La salud es un bien, cierto; pero las que la poseen les ha sido negada la suerte de saberlo, pues una salud consciente de sí misma en una salud en peligro. Y como nadie goza con su carencia de enfermedades, se puede decir sin exageración alguna que los sanos tienen un justo castigo.
Algunos tienen desgracias; otros, obseciones. ¿Quiénes son más dignos de lástima?
¿Qué es una cruxifixión única comparada con la cotidianidad de quien padece imsomnio?
No corremos a la muerte, huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es si no la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento.
Nos repugna, es verdad, considerar el nacimiento una calamidad: ¿acaso no nos han inculcado que se trata del supremo bien y que lo peor se sitúa al fnal, y no al principio, de nuestra carrera? Sin embargo, el mal, el verdadero mal, está detrás, y no delante de nosotros. Lo que a Cristo se le escapó, Buda lo ha comprendido: "Si tres cosas no existieran en el mundo, oh discípulos, lo Perfecto no aparecería en l mundo.." Y antes que la vejez y que la muerte, sitúa el nacimiento, fuente de todas las desgracias y de todos los desastres.
Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza que lo haya sustituido.
No hago nada, es cierto. Pero veo pasar las horas, lo cual vale más que tratar de llenarlas.
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