No es el amor al dinero lo que los mueve en este viaje sin retorno, sino el amor que sienten por sus familias. El buscar la sonrisa en el rostro de sus hijos por un mejor futuro, puede detonar una amarga aventura. Y quién sabe cómo terminará todo…
Por Cinthya Kassis Z.
Carmen Rosa Bentura Harohuamán de ocho años y su hermano Gianmarco de seis, sueñan con una bicicleta. Les encantaría darse el lujo de tener útiles escolares y ropa nueva, pero no piden mucho, no quieren muñecas ni “carritos”, sólo quieren ser felices, disfrutar de su niñez y compartir con su madre, ya que su padre no existe. Yuviana Elizabeth Harohuamán Ñontol, de 26 años, vive en Lima en una pequeña casa con lo justo, sus amistades son mínimas, y el esfuerzo para sobrevivir es enorme.
Cada día al despertar muy temprano por la mañana y antes de partir a uno de sus varios trabajos en Perú, pasa por las camas de sus pequeños para arroparlos y darles un beso de despedida. “Yuvi” sabe que esto es un acto cotidiano, pero que pronto deberá dejar de hacerlo, el dinero ya no es suficiente y debe tomar una decisión. Una mañana se encamina a la pieza de sus hijos para despedirse…pero no va sola, una pequeña maleta la sigue y su sonrisa de todos los días se desvanece. Sus hijos acurrucados en sus piezas no entienden qué sucede, y por qué su mami está con un bolsito en la mano. Las palabras sobran y el tiempo apremia, el bus está por partir. Al salir destella una leve sonrisa y promete volver a reunírseles “Me iré a comprarles la bici con que tanto sueñan hijitos, su ropa y sus útiles”, mientras sus lágrimas recorren su rostro, su delgada silueta, se aleja de ellos. Desapareciendo tras la puerta, emprende un viaje hacia lo incierto.
“Dejar a mis hijos y despedirme fue horrible.”, así describe Eli esa mañana que fue tan silenciosa como sus palabras.
Sus amigas le han dicho que en Chile trabajan muchas peruanas que “son de todo el gusto de las señoras”, que las oportunidades son posibles y la plata es mejor. Bastaron esas palabras para que ella se marchara en un bus hacia Arica. Llegar al país vecino significa todo un mes de trámites y sufrimientos. Más de una vez ya le han negado los papeles, por lo tanto no tiene opción: Pagar $100 “cocos” (dólares) a una mujer para pasar de forma ilegal, es la única salida. Ahí le firmarán su “DNI” (documento nacional de identidad) y acto seguido en una maletera del bus, deberá acomodarse como sea. Su cuerpo apenas cabe con su maletita, pero era eso, o irse dentro de camiones de papa como lo hacen otros viajeros que conoce en el camino. “Tuve miedo que me pillaran ahí toda metidita, pero sólo pensaba en mis hijitos”. Al pasar los controles fronterizos, arriba a Arica. Ahí con la ayuda de una “tía” (una recién conocida) que conoce, encuentra un lugar para dormir; un cuarto chico con cinco camas, donde convive junto a puros chilenos sin mera privacidad.
Su segunda noche fue la que sin haberlo planeado la llevaría a Iquique al amanecer. “Uno de los hombres que vivía ahí tenía como sus 25 años y como a las 3 AM me intentó manosear”, eso fue demasiado para ella, es evidente, al relatarme lo sucedido baja la vista y se siente incómoda, me pide que no le siga preguntando del tema. Al dejar el cuarto en Arica, sin pensarlo “coge” un bus y paga 40 mil pesos para que la escondan en él. Dos horas en la oscura noche bastan para llegar a Iquique. Está muerta de miedo, sin conocer la plata chilena, y no falta el pillo que trata de engañarla varias veces. Mientras piensa en sus pequeños que están en un orfanato en Lima, se esfuerza por encontrar trabajo, y lo logra. Es costurera por corto tiempo, pero el horario es imposible, llega tarde a dormir y sale muy temprano, además no tiene dónde vivir y el hambre no la deja en paz. Comienza a preguntar a la gente por comida, alguien responde. Una llamativa mujer la acepta en su pequeño cuarto. Hay espacio justo para la cama y una cocina; una “chela” es todo lo que su compañera de cuarto toma cada noche. La inmigrante cumple un mes en Iquique, y las visitas de su compañera no la dejan en paz…ella no sabe que “la Ale”, es “Lola” (prostituta), y cada noche van a buscarla a su cuarto. Un día mientras Eli duerme los amigos de Alejandra le ofrecen dinero para que salga con ellos, hasta le regalan plata, pero su respuesta es negativa.
Ellos le dicen “eres una idiota porque pierdes las oportunidades que te da la vida”, después de ser humillada se acuesta para empezar nuevamente la búsqueda por trabajo.
En trabajos informales logra ganar plata para un pasaje en bus. Llama a su profesor de costura, y él le da la dirección y el número de su hija que le abre las puertas de su casa en Santiago. Ya en la capital cumple una semana sin “pega” como ella dice, por lo visto ya se le ha pegado uno que otro chilenismo. La búsqueda es intensa durante dos días y no encuentra nada, hasta que ve un cartel en una vitrina en Recoleta que dice: “Se solicita una nana”. No duda en entrar y acepta la propuesta, su actual patrona le regala ropa de dormir, ése es su rubro, y la hace subir al auto para ir al que será su nuevo hogar por los próximos siete meses. Hoy Yuviana sigue luchando por conseguir los papeles para lograr una identidad y dejar de ser una NN sin derechos en Chile. Al parecer su esfuerzo le está resultando, pero se siente confundida, quiere irse de este lugar, no sabe si nuevamente volverá al Perú a estar con sus hijos o si bien, se los traerá para acá. Lo cierto es que no hay nada claro, ella sólo sueña con verlos montar su bici y no alejarse nunca más de ellos.
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